En vísperas de que el cartel oficial anuncie la inminente llegada, un año más, del festejo más tradicional de nuestro pueblo, me aventuro a publicar algunas reflexiones sobre los condicionantes que han determinado la trayectoria histórica de la Feria Real de Aguilar de la Frontera, hasta conformarla tal como hoy la conocemos y vivimos.
Estas cávalas se emplazan en un debate que se abrió el pasado año sobre la oportunidad de adecuar las fechas de celebración para hacerlas coincidir con el fin de semana, una vez demostrado, fehacientemente, que cuando así ocurre el éxito de asistencia y el económico es considerablemente mayor al obtenido cuando transcurre en días de entresemana.
Existen varios planteamientos sobre esta cuestión: uno plantea que el cambio se de sólo cuando en sus días de celebración no se encuentre el sábado, con lo cual, unos años tendría unas fechas y otros otras; una segunda opción reivindica su celebración anual en el primer fin de semana de agosto, comenzando el primer jueves del mes y concluyendo el domingo, señalándose el lunes como fiesta local; y una tercera, avalada por quienes se erigen en defensores de la tradición, piden que se mantenga inalterable del 5 al 9 de agosto.
Mi opción personal se vincula con la propuesta que aboga por ubicarla definitivamente en el primer fin de semana de Agosto, entendiendo que es la más conveniente por asegurar la mayor rentabilidad económica y comercial de la feria, al contar esta con mayor asistencia de vecinos y foráneos.
La propuesta de variarla solo en los años en que no coincida con el sábado me parece inadecuada, ya que introduciría incertidumbre entre feriantes, visitantes, etc, al tener que consultar las fechas exactas de la feria cada año.
La opinión de mantener inalterable los días actuales me parece respetable, como todas las demás, pero la considero poco acertada, ya que, el inmovilismo como alternativa, es la postura menos recomendable cuando existen problemas serios en la feria, desde mi punto de vista corregibles si se adecua ésta a las fechas más idóneas.
Si además, las personas que plantean esta opción la avalan con el único razonamiento de preservar a ultranza la tradición, me atrevo a considerarla también como errónea, ya que su alegato carece de base histórica. Cualquier estudio retrospectivo, por básico que fuere, demuestra que los días y lugar de celebración de la feria no son, ni han sido, elementos determinantes del carácter tradicional de la misma, ya que éstos han variado a lo largo del tiempo para, precisamente, salvaguardar la esencia de la tradición, constituida en el sentido comercial y lúdico que ha mantenido viva la feria a lo largo del tiempo. Plantemos este pequeño bosquejo histórico para probar la aseveración anterior.
Las referencias documentales más remotas que se conservan en el Archivo Municipal, que acreditan la celebración de ferias en nuestro pueblo, se remontan cronológicamente a las primeras décadas del siglo XVI, en las que ya se denominaba como feria a las ventas de trigo esporádicas que se celebraban en la Posada del Cabildo, para mermar los excedentes de grano existentes en el Posito. Estos negocios necesitaban de la autorización del Marqués de Priego para eximirlos de los “impuestos de la época”, lo que hacía más atractiva su adquisición para los parroquianos y forasteros que eran convocados a las ya denominadas como Ferias Francas.
Probablemente este tipo de “mercados” se celebraban desde siglos anteriores. Hemos constatado que en pleno siglo XVI se produjo una evolución en la actividad mercantil, ya que durante la segunda mitad de la centuria, la ferias francas que se solían realizar en la Posada, sin fechas determinadas, trasladan su lugar de celebración al entorno de la ermita de la Antigua, que se había levantado a extramuros en el año 1543.
El traslado al llano de la ermita se justifica por la mayor presencia en la misma de vecinos y forasteros que acudían a la celebración de los cultos a esta imagen, cuya devoción había alcanzado renombre en los pueblos de la comarca. Esta variación supuso un evolución considerable, ya que conllevó, además, la aparición de nuevos elementos determinantes de la fiesta, como fue su vinculación a los cultos y procesión de la Virgen y la ampliación del mercado a nuevos productos, principalmente ganado. Pero sin duda, el elemento definitorio del avance fue la fijación de los días en los que, a partir de ese momento, se celebraría la Feria Franca de Aguilar, fijándose en el mes de septiembre, coincidiendo con la festividad del Dulce Nombre de María.
Estas variaciones se fueron consolidando y ampliando a lo largo del siglo XVII y primera mitad del XVIII, tiempo en el que la feria se adecuó a las formas y gustos del periodo Barroco. El Barroco, como estilo artístico y mentalidad, dejaría su impronta también en las contenidos de esta fiesta. Tal auge alcanzó que, desde el Cabildo de Regidores, se determinara su regularización con la preceptiva autorización Real.
“Acordó se haga en el correo de este día representación a su majestad, que Dios guarde, implorando su real benignidad y facultad para que todos los años se celebre en honra y gloria de María Santísima de la Antigua, sita en su ermita extramuros de esta villa una feria franca todos los años y que dure por ocho días en que solo se exija de los ganados que vendiesen los forasteros un moderado arbitrio….”
A partir de 1753 la feria de Aguilar obtiene la sanción Real y queda conformada en los ejes que sustentaron su celebración en siglos posteriores, como constituían el carácter comercial que le otorgaba la realización del mercado de ganados, frutas, etc; el aspecto lúdico que le confería la fiesta propiamente dicha; y el perfil religioso que le ocasionaba su ubicación en la explanada de la ermita y su desarrollo durante los ochos días de la novena a la Virgen.
En las últimas décadas de ese siglo y primeras del XIX, la celebración de la feria se vería condicionada por los avatares sociales, políticos y religiosos que mediatizaron la sociedad en esos periodos. En la vertiente religiosa se llegó al extremo de prohibirse las cofradías por la autoridad eclesiástica. Este hecho tuvo una grave repercusión en la cofradía y ermita de la Antigua de Aguilar, cuyo deterioro provocó la ruina total del inmueble en torno al año 1840. Dichas circunstancias debieron reflejarse también en la celebración de la feria, aunque no podemos precisar hasta que extremo.
Originado por dichos avatares se produjo en 1842 un nuevo punto de inflexión en el devenir histórico de la feria, ya que, auspiciado por la traída definitiva de la Virgen al pueblo, ante el estado de ruina que presentaba la ermita, se varió también el real de la feria que pasó a celebrarse en el casco urbano, solicitándose para ello una nueva autorización Real:
Por último se acordó se presente al señor Regente del Reino con el objetivo de que conceda la gracia de una feria o mercado público anual que tenga lugar en los días 15, 16 y 17 de septiembre próximo con el motivo de verificarse en el primero la solemne función de iglesia a la virgen Santísima titulada de la Antigua, patrona especial de esta villa, con la gracia de exención de toda clase de derechos en los tres primeros años de su celebración.
La feria en el pueblo tuvo como primer escenario las inmediaciones de la Fuente Nueva en el final de la calle Ancha. Como indica el dato, en esta nueva reorganización mantuvo su vinculación con el culto a la Virgen de la Antigua, que era trasladada en su procesión del día 15 hasta la calle Ancha, haciendo noche en la ermita de la Veracruz. También señala los días oficiales de feria a partir de ese momento, abarcando su celebración del 15 al 17 de septiembre, habiéndose reducido éstos con respecto al origen en el siglo XVIII.
En el transcurso de las décadas siguientes, la mayor novedad que presentó, además de las lógicas inducidas por la propia evolución de la fiesta en base al cambio de mentalidad que experimentaba la sociedad, tuvo que ver con la alternancia que se dio en el lugar de celebración, desarrollándose unos años en la Fuente Nueva y otros en el Membrilla. Ya en las últimas décadas del siglo se ubicó definitivamente en el recinto de la Membrilla donde permaneció hasta medida la centuria del siglo XX.
De ese periodo podemos resaltar el afianzamiento del mercado de ganados como elemento sustancial y tradicional de la ya por entonces denominada, Feria Real de la Antigua. En estos años se produce un declive en cuanto a la vinculación de la feria con los cultos la imagen mariana, llegándose a descontar definitivamente en las primeras décadas del nuevo siglo.
En el transcurso del siglo XX, y al igual que ocurrió en centurias anteriores, la feria de Aguilar atravesó por diversos periodos y circunstancias sociales que incidirían en su evolución hasta conformarla tal como hoy la celebramos. Todos estos cambios tuvieron como motivación fundamental el adecuarla para un mejor desarrollo del componente comercial y económico de la misma.
Justificada en el interés de favorecer el engrandecimiento del mercado ganado al trasladar su celebración a fechas con mayor pasto en el campo, y no coincidir con otras ferias importantes, en 1912 se produjo un drástico cambio de días de la feria, adelantándose al 6, 7 y 8 de agosto. Esta variación se alteró nuevamente en la década de los años veinte, en la que se celebró durante cinco días, del 6 al 10 de agosto. Finalmente se consolidó con cuatro, comenzado el 6 y concluyendo el 9.
El crecimiento del negocio del ganado, y sobre todo el del comercio que generaba la feria, del que pasó a formar parte importante las casetas que se montaban en el real, determinó un nuevo cambio, trascendental en la evolución de la feria durante el siglo XX, como fue su traslado al nuevo espacio urbano que se había generado, para tal fin, en las laderas del Castillo. En el nuevo recinto y durante las últimas décadas ha perdurado con los avatares propios de los nuevos tiempos. Acontecimientos sociales y políticos han marcado su desarrollo, como viene sucediendo desde los más remotos orígenes y continuará mientras perdure esta fiesta.
En las últimas décadas la propia feria viene reclamando, como hizo en tiempos pasados, cambios que garanticen su continuidad en el tiempo. Prolongación que depende, sobre todo, de mantener el interés comercial y lúdico que constituye, sin duda, su elemento más tradicional, por encima de fechas y lugar de celebración. Esta constatación histórica avala la mejor medida que podemos tomar para asegurar su futuro, como es el dotarla de un fin de semana que permita una mayor presencia de personas en el real, hecho que, tal como se demostró el pasado año, mejorará sustancialmente el balance comercial y económico de la misma.
Antonio Maestre Ballesteros