Intervención íntegra del portavoz parlamentario de IU durante el debate inicial en la Comisión de Trabajo del Congreso sobre la reforma laboral que ha salido aprobada en solitario por el PSOE:
Señorías, a pesar de la luz de agosto, hoy es un día negro para el Parlamento, para los trabajadores y para la izquierda. Para el Parlamento, porque estamos siendo sometidos a un trágala degradante y confuso del cual esta Comisión es un exponente bastante claro: ya no estamos en la geometría variable sino en una aritmética confusa y degradante para el Parlamento. Para los trabajadores, que sufren un asalto a sus derechos, quizás un asalto repetido, pero quizá también el asalto más duro de la democracia. Y para la izquierda, porque en su nombre o en nombre de sus principios se impone una contrarreforma -que no una reforma- en materia laboral. Además, señores del Partido Socialista, les recuerdo la máxima clásica de que ‘la derecha no paga favores’.
Señorías, después del paréntesis en que los Estados socorrieron a los mercados, hoy los mercados, como el alacrán -está en su naturaleza-, se revuelven contra lo público y han decidido imponer una salida autoritaria e injusta a la crisis sobre las espaldas de los de siempre, sobre las espaldas de la ciudadanía y de los trabajadores, pero además sobre las espaldas de la democracia.
Si ayer fue el recorte del Estado social y la privatización del ahorro popular mediante la privatización de las cajas de ahorro, hoy es el asalto a los derechos de los ciudadanos como trabajadores, de aquellos que se ganan la vida con su trabajo. Porque no es verdad -y ustedes, señorías, lo saben-, que lo que hoy aprobamos sea una reforma laboral; la verdad es que esta que debatimos es la contrarreforma laboral más dura del periodo democrático.
Un día negro para los trabajadores porque, en primer lugar, facilita el despido objetivo -incluso de empresas, como Telefónica, que hoy sólo han disminuido sus beneficios, pero los siguen teniendo- como mecanismo de competitividad. Y abarata el despido hasta el punto de que financia, en un ejercicio de malversación de fondos públicos, el despido improcedente. Porque, en segundo lugar, hace más inseguro y precario el empleo no de unos frente a otros, que es la crítica a la dualización de nuestro mercado laboral, sino que hace inseguro el empleo de todos, iguala a todos por abajo. Porque, en tercer lugar, debilita a los trabajadores y a sus sindicatos en la negociación colectiva -no lo es, pero tal parece una venganza contra los sindicatos en la convocatoria de la huelga general-, y conceptúa a la empresa, con esta actitud de desequilibrio entre trabajadores y empresarios, como un castigo, no como un compromiso común. Porque, en cuarto lugar, privatiza aún más la intermediación laboral en contra de los servicios públicos de empleo -degrada lo público-, y porque, en quinto lugar, renuncia a un cambio de modelo productivo mirando a las viejas ventajas competitivas del pasado como una estatua de sal.
Señorías, no es cierto -no es cierto, compañeros del Partido Socialista, y vosotros lo sabéis- que esta norma sirva para salir de la crisis; recompone los beneficios sin contrapartidas. No es cierto que esta norma cree empleo o evite la destrucción del empleo existente, el empleo lo crean la recuperación económica y el estímulo público, y las medidas de ajuste van en el sentido de que aumentará el desempleo. Y no es cierto que reduzca la precariedad y la dualidad de nuestro mercado de trabajo, muy al contrario, la consolida.
Estos argumentos que se han utilizado hasta hoy son pura propaganda. La verdad es que se consolida y se amplía lo peor de nuestro modelo laboral y lo peor de nuestra economía, dígalo Agamenón o dígalo Zapatero. Se amplía la explotación laboral como factor de competencia del pasado, mete más alucinógenos a nuestro empresariado, amplía la precariedad y los bajos salarios como norma de nuestro modelo laboral, amplía el desequilibrio en la relación laboral entre patronal y sindicatos y, como consecuencia, la desigualdad de rentas, y amplía y consolida la escasa modernización y productividad de nuestro sistema económico.
Además, este trámite parlamentario ‘exprés’, que podríamos denominar ‘con agosticidad y alevosía’, degrada la deliberación parlamentaria hasta convertirla en una caricatura. ¡Cómo no va a haber crisis política, señorías, con lo que estamos haciendo hoy aquí! Este trámite parlamentario no ha mejorado el texto, ha endurecido con la derecha los aspectos más regresivos de la contrarreforma y apenas ha incorporado algunos aspectos positivos en igualdad de género, en materia de contratos formativos y otros, como los que venían de enmiendas de mi grupo parlamentario, del Grupo Parlamentario de Esquerra Republicana, y de otros grupos.
Parafraseando al señor Blanco, no se trata en este caso y en otros de una poda para que el árbol crezca más fuerte; esta reforma es una tala, una tala del débil árbol de los derechos de los trabajadores que se convierte día a día en un bonsái. Tampoco es un ejercicio de responsabilidad del Gobierno. No es responsabilidad ser duros con los débiles, con los propios, y ser débiles con los ajenos, con la patronal, con los mercados. No es responsabilidad, en mi opinión es renuncia. No es una reforma salomónica. No, señorías, qué más quisiéramos, es un menú a la carta para la patronal y una nueva cura de caballo para los trabajadores.
En mi opinión, no se puede utilizar más en vano el nombre de la izquierda. La salida a la crisis de la política y de la democracia no es la renuncia a las posiciones propias, ni mucho menos hacer de la necesidad virtud cantando las alabanzas de esta reforma laboral conservadora en la que el Gobierno hace un trabajo ingrato para la derecha y, parafraseando a Pulp Fiction, luego llevará quien limpie los restos.
La salida digna, en nuestra opinión, es la disidencia con el dogma de la flexibilidad laboral, la salida más digna es la resistencia de la huelga general, porque en nuestra opinión sigue existiendo una salida social a la crisis, pues la prioridad no es la prioridad laboral, la prioridad es la protección de los más débiles y el cambio de modelo productivo; porque es imprescindible la concertación y el acuerdo social para cualquier reforma laboral viable; porque, en definitiva, otra reforma es posible.
Es posible en nuestra opinión reducir la temporalidad, recuperar la causalidad en los contratos, fortalecer la representación de los trabajadores y, también, mejorar los servicios públicos de empleo. Es posible, estamos convencidos. Es posible, sí, pero no así.