jueves, 15 de diciembre de 2011

Al Congreso en metro

El diputado por Málaga Alberto Garzón es el más joven del Congreso y la cara del 15-M en las Cortes. En su primer día de trabajo, durmió en el piso de su colega Manu y tiró de transporte público 

14.12.11 - 01:47 -
  

Ocho de la mañana en Madrid. Todos los hombres son iguales ante el sueño. La cara de sábana, los gestos apresurados, los bostezos sobre cafés imposibles ganados a la prisa... No hay ni un signo del boato propio del cargo de Alberto cuando sale del portal de la casa de su amigo Manu a las aceras impías del día aún por amanecer. Barre los adoquines María, la portera, en su batín azul, y lo más parecido a un coche oficial de esos en los que se montan algunos diputados es una furgoneta de reparto que atrona su bocina. No hay chófer, sino caminata. Nadie diría que el extraño transeúnte, perdido en la soledad de las multitudes de la capital, es Alberto Garzón (Logroño, 1985), que ayer estrenaba su escaño en la jornada de constitución de las Cortes. Es su señoría más joven, el guapo del Parlamento y el ala del 15-M en la Carrera de San Jerónimo para la décima Legislatura. ¿Nervios? «Ninguno, esto es un trámite, nada más».
Es relativamente joven. Si se le compara con José Manuel Abendea, el más maduro de los diputados, Garzón es un crío, pero uno que puede votar hace ocho años. Con 18 se hizo afiliado de IU, el partido que representa por Málaga desde el 20N. «La juventud es un valor añadido, pero no un valor en sí mismo. Lo importante son las ideas y tal vez haya gente en el Congreso que lleve 40 años en política, pero que sepa menos de los problemas de la calle», explica de camino al metro que le conducirá a su primer día de trabajo en el hemiciclo. «Y también contará la experiencia, ¿no?», se pregunta. Es licenciado en Economía por la Universidad de Málaga, máster en Economía Internacional y Desarrollo por la Universidad Complutense de Madrid y miembro de ATTAC (organización que promueve el control democrático de los mercados financieros).
Ayer no había rastro de hoteles de lujo con recepcionistas que lo despidieran con un cálido 'Que tenga un buen día, señor'. Alberto no se aloja en el Palace, como Duran i Lleida. Duerme como lo ha hecho siempre que ha estado en Madrid: «Con los colegas». Es la segunda vez en su vida que se planta una chaqueta. «Comprenderás que la corbata es una opción que ni siquiera me he planteado». Viste vaqueros y la camisa por fuera. En la naturalidad con la que se reclina sobre la barra del vagón se le intuye a él mismo hace un par de años. Entonces ni soñaba con un escaño; su dura realidad era la condena de vivir cuatro horas del día en el metro: del máster a la Complutense y de ahí a un trabajo en la Castellana con el que ayudaba a la beca de sus padres, profesor y farmacéutica en paro. «Pasaba mi vida aquí dentro».
La mitad del sueldo a IU
En aquellos días tenía que hacer malabarismos para pagarse, como tantos otros, 300 euros de piso y 50 de comida. Ahora le llegará un sueldo base de 2.800 euros. «Entre el 50 y el 60% del dinero vuelve al partido (IU). Nos quedamos con unos 1.800, lo que un profesor. No es caridad, sino que no vemos la política como algo con lo que hacerse profesional, sino como un instrumento». También ha renunciado al plan de pensiones privado de los diputados. ¿Chófer? «No, no -ríe-. Yo voy en metro».
Por la acera de Las Cortes pasean las canas de Federico Trillo y otras estrellas de la política, mientras que en una cafetería junto a la verja de entrada al Congreso, Garzón se atraganta con una magdalena de frambuesa y un yogur. «Esto lleva demasiadas cosas dentro», dice mirando las migas de la magdalena. Es un tipo sencillo, también para las comidas. Para todo. Tanto, que pasó inadvertido para el gran público hasta que en verano dejó a media España con la boca abierta gracias a un discurso demoledor en el programa de debate '59 segundos', que se convirtió en un vídeo viral. Corrió como la pólvora por la red y le valió, junto a otros méritos académicos y comunicativos, la cabeza de lista por Málaga. Era un investigador en paro. Hablaba sobre la economía y la crisis, esa que considera como «una estafa» y que ahora tendrá que explicar como vocal de la Comisión de Economía en una legislatura que augura «muy caliente en la calle». Es más que claro con su mensaje: «Esta crisis está ocasionada por determinados sujetos políticos, como los bancos y los grandes empresarios y la paga gente como los trabajadores que no tenía ninguna responsabilidad en ella. Mientras gestaron el desastre, unos se hicieron de oro y ahora lo pagan otros que entonces cobraban sueldos miserables. Esto genera un pensamiento revolucionario en las personas. Le estamos dando a los bancos dinero a un uno por ciento y esos mismos bancos se lo prestan al Estado a un cinco. Eso, para la economía tradicional es necesario, pero para mí es una estafa».
Después de aquel programa de televisión, Garzón se convirtió en una estrella mediática de la izquierda: le siguen 17.000 personas en Twitter y su blog (Pijus Economicus, Agarzon.net) tiene 10.000 visitas diarias. Entre ellos, admiradores, gente que coincide en sus teorías y otros, no pocos, enamorados de su aire de Adonis humilde. «Eso dicen... Si ayuda a difundir el mensaje, no me importa», admite con cierto rubor el diputado, que confiesa sentirse «muy incómodo» posando para las fotos y al que le cuesta no torcer el gesto ante los flashes.
Control de seguridad, espera el Hemiciclo con sus inmaculadas moquetas, sus pinturas centenarias, sus muebles de caoba y los tiros de Tejero en el techo, esos agujeros que Garzón se ha parado a mirar como hace todo hijo de vecino cuando entra por primera vez. Ayer se sentaba en la Mesa de Edad del Congreso, un órgano transitorio para constituir las Cortes. Le esperaba la agotadora tarea de leer al alimón con su compañera del PP Belén Hoyo (la otra benjamina de sus señorías) los 350 nombres de los diputados. Pero tres veces cada vez pues se votaba al presidente de la Cámara, Jesús Posada, a la vicepresidenta, Celia Villalobos, y a los secretarios. Para pasar el trago le hicieron falta varios vasos de agua, un SMS a su madre («Esto es un coñazo») y otro a su novia, el reglamento parlamentario para hojear y el Twitter, en el que los propios le animaban y los ajenos lo ponían a caldo. No entienden cómo estaba leyendo en la tribuna de oradores un miembro activo del 15-M. ¿Del 'No nos representan' al escaño? «No es una contradicción. No creo que haya una clase política sola, sino tipos de políticos, y algunos son los que no nos representan. Existe una maniobra de la derecha para crear una contradicción donde no la hay».
Entre voto y voto, pasaron a medio metro de él tres veces cada uno de los otros 349 diputados. La mayoría lo ignoró, con honrosas excepciones. Rajoy estuvo «muy seco» y Rubalcaba bromeó con él acerca de las nuevas tecnologías de la Cámara, aludiendo al sistema de votaciones en papel. «Me ha saludado Trinidad Jiménez y Ana Pastor, que ha sido muy simpática». También Leire Pajín, que había estado en esa misma mesa de edad, se acercó a Garzón: «Esto marca», le dijo. Tras prometer su cargo «por imperativo legal» le aguardaba una comida con el grupo de IU y más entrevistas de las que pudiera recordar. Por la noche, volvía a ser Alberto, un chico de 26 años como los demás que esperaba ese instante del día para tomar «una cerveza por el barrio» con Manu, su colega de piso.