Hoy he visitado el cementerio para cumplir una cita que tenía pendiente desde hace semanas. Hoy me he atrevido a superar el recelo, las dudas, los miedos, y he afrontado el reto de implicarme en la loable tarea de recuperar de la ignominia y del olvido los restos de seres humanos, sacrificados por la ceguera de la barbarie política y religiosa.
Hoy me he asomado por primera vez a una tumba de fusilados, y una sacudida emocional ha avivado los instintos más recónditos de mis credos. No he podido reprimir los sentimientos al contemplar el amasijo de restos humanos confinados, unos sobre otros, en la oscura frialdad de los sepulcros blanqueados por dogmatismos. Cráneos perforados por disparados de verdugos inmisericordes que despojaron de vida los sueños más nobles; huesos hilvanados con los alambres que sometieron la verdad y la justicia a la sinrazón.
En un instante he percibido la dignidad que comporta el liberar de las entrañas de la tierra a estos inocentes martirizados por el ardor patriótico, redimiéndolos de las injurias conferidas por los villanos de la historia. Hoy he sentido con toda intensidad el dolor desgarrado de las madres y mujeres de los inmolados, a quienes arrebataron la existencia, condenándolas a vivir sin vida.
Tal ha sido la conmoción, que no he podido mitigar el sentimiento de ira que ha invadido todo mi ser. Confieso, que en el silencio impuesto por la sombra del ciprés, he exclamado “Hijos de Puta.”, en alusión a todos lo que provocaron esta masacre y se llenaron las manos de roja sangre.
Antonio Maestre Ballesteros